martes, 1 de septiembre de 2009

¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?


¡Cuántas veces habremos hecho esta pregunta a nuestro interlocutor! O también podemos pensar a la inversa, es decir, las veces que nos la han preguntado a nosotros. Es obvio que la comunicación fracasa si hay alguien que no escucha. Cuando una persona no escucha: no aprende, no demuestra respeto, no hace sentir importante a su interlocutor y se maximizan las probabilidades de conflicto.




Nos cuesta mucho escuchar porque en muchas ocasiones no nos han enseñado a escuchar. A nivel escolar, se enseña a leer, a hablar correctamente, a utilizar expresiones más o menos efectivas... Y a nivel doméstico, es frecuente instar a escuchar a aquellos que no escuchan, diciéndoles algo parecido a "tienes que escuchar más". Con esto no basta, porque no da las claves para practicar una escucha eficaz. Se supone que con la experiencia, una persona puede aprender a escuchar eficazmente, a base de los éxitos y fracasos en sus procesos comunicativos. La realidad nos muestra, sin embargo, que no es tan sencillo.




Hay conductas muy poco productivas para la escucha: no demostrar interés, distraerse con el ambiente externo, no mantener un contacto ocular correcto, interrumpir inadecuadamente, centrarse en uno mismo, tener ideas preconcebidas, adoptar una actitud corporal pasiva, negarse a escuchar lo que no gusta, pensar la respuesta antes de acabar de escuchar, no preguntar, ejercer de jueces o de consejeros, dar sermones,... Seguramente la lista de dichas conductas es conocida y no aporta demasiado en sí misma como listado. Sí aporta cuando la persona que la repasa se plantea con humildad si algunas de dichas conductas forman parte de su comportamiento habitual. Sólo entonces se puede empezar el proceso de mejora personal.




Acabaré con una cita célebre relativa a este difícil arte de escuchar:

"Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para escuchar más y hablar menos". Zenon de Citión