viernes, 11 de diciembre de 2009

POWERPOINTITIS


He impartido una formación express de un día sobre gestión del tiempo en una empresa del sector servicios. Como suelo hacer habitualmente, había preparado un powerpoint con información resumida a modo de ayuda visual. Dos días antes, me comunicaron que no disponían de cañón ni pantalla para proyectar la presentación de powerpoint. Contesté que no sería inconveniente y que podría impartir la formación sin estos recursos. Además, al ser un curso de corta duración, comenté que la utilización del powerpoint no hubiese añadido demasiado valor a la sesión. Noté que mi interlocutor se quedó algo sorprendido.

Las presentaciones en powerpoint son las más utilizadas, ya sea en formación, en congresos, presentaciones de empresa, ... No hay duda de que una presentación ingeniosa y bien empleada ayuda. Especialmente, en formaciones de larga duración la utilización del powerpoint contribuye a aliviar la presión en determinados momentos. Sin embargo, a menudo se les da un excesivo protagonismo que no implica necesariamente más efectividad. Todavía recuerdo cuando la tecnología no había avanzado tanto y las presentaciones se basaban más en la capacidad del emisor de captar la atención y de transmitir no ya datos o información, sino de transmitir emoción a sus oyentes. Pienso que no debemos perder este punto de vista y preparar las presentaciones "a pesar del" powerpoint. Y cuando lo utilicemos, no otorgarle el papel de protagonista de la función.


Adjunto una entretenida presentación en powerpoint al respecto. http://www.slideshare.net/thecroaker/death-by-powerpoint

martes, 6 de octubre de 2009

APRENDER A DESAPRENDER



Hace poco, en el descanso de una formación en gestión de equipos, tuve una conversación con dos mandos. Hablamos sobre la manera de corregir a colaboradores y sobre la no conveniencia de reprender a alguien en presencia de otros. Uno de los mandos opinaba que era una buena práctica y que él mismo lo practicaba a menudo con una persona de su equipo que no tenía una actitud correcta. Creía que de esta manera ganaba autoridad. El otro participante y yo misma argumentábamos a favor de la opción de corregir los errores o las actitudes en privado.

 
Es habitual que las personas se cierren en banda a defender una opinión que se basa en una conducta arraigada. En este caso, el mando que estaba a favor de reprender en público mostró reticencia a escuchar otras opciones. Frases del tipo “es la única manera”, “no tiene remedio”. “así ve cómo las gasto”, y similares formaban parte de la defensa de su postura. Le pregunté si la persona reprendida mostraba alguna reacción positiva ante las reprimendas en público, y me respondió que no. A base de esta y otras preguntas la conversación continuó y, al final, el mando admitió que quizás su conducta no era la adecuada. Incluso llegó a la conclusión de que actuando de la manera como lo hacía, ¡perdía autoridad! Todavía recuerdo la expresión reflexiva de su rostro cuando admitía que podía probar otras opciones.




Lo remarcable de este caso es la capacidad de este mando de cuestionarse si lo que había estado haciendo hasta entonces era lo correcto. En mi opinión, esto es verdaderamente admirable. Dejar de lado las creencias de que “lo que uno hace está bien” y “no puede hacer otra cosa” no es fácil. No todas las personas son capaces de cuestionarse si lo que hacen es lo correcto. Para mejorar, en muchas ocasiones primero hay que aprender a desaprender.

martes, 1 de septiembre de 2009

¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?


¡Cuántas veces habremos hecho esta pregunta a nuestro interlocutor! O también podemos pensar a la inversa, es decir, las veces que nos la han preguntado a nosotros. Es obvio que la comunicación fracasa si hay alguien que no escucha. Cuando una persona no escucha: no aprende, no demuestra respeto, no hace sentir importante a su interlocutor y se maximizan las probabilidades de conflicto.




Nos cuesta mucho escuchar porque en muchas ocasiones no nos han enseñado a escuchar. A nivel escolar, se enseña a leer, a hablar correctamente, a utilizar expresiones más o menos efectivas... Y a nivel doméstico, es frecuente instar a escuchar a aquellos que no escuchan, diciéndoles algo parecido a "tienes que escuchar más". Con esto no basta, porque no da las claves para practicar una escucha eficaz. Se supone que con la experiencia, una persona puede aprender a escuchar eficazmente, a base de los éxitos y fracasos en sus procesos comunicativos. La realidad nos muestra, sin embargo, que no es tan sencillo.




Hay conductas muy poco productivas para la escucha: no demostrar interés, distraerse con el ambiente externo, no mantener un contacto ocular correcto, interrumpir inadecuadamente, centrarse en uno mismo, tener ideas preconcebidas, adoptar una actitud corporal pasiva, negarse a escuchar lo que no gusta, pensar la respuesta antes de acabar de escuchar, no preguntar, ejercer de jueces o de consejeros, dar sermones,... Seguramente la lista de dichas conductas es conocida y no aporta demasiado en sí misma como listado. Sí aporta cuando la persona que la repasa se plantea con humildad si algunas de dichas conductas forman parte de su comportamiento habitual. Sólo entonces se puede empezar el proceso de mejora personal.




Acabaré con una cita célebre relativa a este difícil arte de escuchar:

"Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para escuchar más y hablar menos". Zenon de Citión

martes, 11 de agosto de 2009

CONCIENCIA DE UNO MISMO


Cuando en la primera sesión formativa pregunto a las personas asistentes: “¿qué esperas de esta formación?”, la mayoría responden: “aprender algo”. A continuación lanzo la siguiente pregunta retórica: “¿para qué sirve la formación?” Y yo misma respondo: “pues puede que no sirva para nada”. Y sigo: “no sirve a quien busque la receta milagrosa que le resuelva sus problemas del trabajo o la vida. Tampoco sirve de nada si no se quiere cambiar alguna cosa del propio comportamiento o actitud”. Es decir, la formación sólo será de utilidad al participante si admite que debe conocerse, analizar por qué adopta determinadas conductas y, por último, si decide cambiar algo para iniciar el proceso de mejora personal.

¿Por qué es tan difícil conocerse a uno mismo? Una de las dificultades mayores a las que nos enfrentamos es la dificultad de admitir la responsabilidad propia. Con frecuencia culpamos a otros de casi todo lo negativo que nos sucede. Acostumbramos a proyectar hacia fuera la responsabilidad y la solución de los problemas de nuestra vida. Identificar este “autoengaño” es una parte importante del conocimiento propio. Si bien es cierto que las circunstancias externas o las otras personas pueden influir en nuestros problemas (tanto en la causa como en la solución), deberíamos admitir nuestro amplio porcentaje de responsabilidad sobre los acontecimientos de nuestra vida.

Otra de las dificultades que nos impide tener un mayor conocimiento propio es la falta de atención o incluso la negación de nuestras emociones. Según la definición de Daniel Goleman: “la conciencia de uno mismo es la atención continua a los propios estados internos, la conciencia autorreflexiva en la que la mente se ocupa de observar e investigar la experiencia misma, incluidas las emociones”. En este sentido, Goleman insiste en ver la diferencia entre permanecer atrapado por un sentimiento y darse cuenta de que la persona está siendo atrapada por él.

Se puede decir que el conocimiento interno se nutre de tres ingredientes: la auto-observación honesta, la observación de los demás ante nuestras actuaciones y también de solicitar a los demás retroalimentación sobre nuestra propia conducta.

Algunas sugerencias para conocerse mejor pasan por hacerse preguntas: ¿qué siento cuando pasa esto?, ¿qué pienso cuando pasa esto?, ¿qué hago o digo cuando pasa esto?, ¿por qué lo hago? , ¿qué no hago o no digo y por qué?, ¿cómo y por qué la otra persona reacciona de tal manera?, ¿soy consciente de mis debilidades y fortalezas?
Por último, citaré algunas frases célebres relacionadas con el autoconocimiento:

"Aquel que conoce a los demás es un erudito; el que se conoce a sí mismo es un sabio". Lao Tsé.
“Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”. Sócrates